«CAMINEMOS JUNTOS COMO PUEBLO DE DIOS SEMBRANDO ESPERANZA»
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, después de haber vivido momentos llenos de gracia durante el Jubileo Mariano, celebrando los 300 años de la llegada de la imagen de Nuestra Señora del Rosario a nuestra Iglesia diocesana, y recordando las palabras de Su Santidad el Papa Francisco: «la esperanza no defrauda» (Rom 5,5), aliento que el apóstol Pablo ofreció a la comunidad cristiana de Roma, seguimos adelante como pueblo de Dios, inspirados por el Plan de Renovación y Evangelización Diocesana (PRED), que este año celebra 31 años de caminar juntos.
Ahora, nos unimos como peregrinos en busca de nuestros hermanos, aquellos que esperan una iglesia viva y cercana. Con este propósito, hemos programado diversas acciones significativas y celebraciones jubilares, invitándolos a participar activamente, cada uno desde su realidad eclesial.
Este Año Santo se fundamenta en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rom 5,10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo, Este entretejido de esperanza y paciencia muestra claramente cómo la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos de fortaleza para alimentar y robustecer la esperanza, nuestra fiel compañera, que nos permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús.
Por ello, los invito a vivir este tiempo jubilar con un espíritu dócil a la acción divina, reconociendo que quienes hemos sido llamados a formar parte de la iglesia, que es una, Santa, Católica y Apostólica, también hemos sido llamados a ser miembros de su Iglesia Universal. Somos piedras vivas en una comunidad particular, que se sostiene en la esperanza, fe y caridad, con el fin de que nuestra vida en Cristo crezca y se desarrolle dentro de una familia diocesana.
Es mi deseo seguir caminando con ustedes, recordando algunos puntos clave que nos guiarán en nuestra labor pastoral, los cuales están reflejados en nuestra meta para el 2025. Continuar dando respuesta a la escucha que iniciamos el año pasado, aprendiendo a llegar al otro con empatía, como nos enseña el documento final del Sínodo sobre los jóvenes: «La escucha es un encuentro de libertad. que requiere humildad, paciencia, disponibilidad para comprender, empeño para elaborar las respuestas de un modo nuevo. La escucha transforma el corazón de quienes la viven, sobre todo cuando nos ponemos en una actitud interior de sinfonía y mansedumbre con el Espíritu. No es pues solo una recopilación de informaciones, ni una estrategia para alcanzar un objetivo, sino la forma con la que Dios se relaciona con su pueblo. En efecto, Dios ve la miseria de su pueblo y escucha su lamento, se deja conmover en lo más íntimo y baja a liberarlo (cf. Ex 3,7-8). La Iglesia, pues, mediante la escucha, entra en el movimiento de Dios que, en el Hijo, sale al encuentro de cada uno de los hombres».
Además, como Iglesia diocesana nos disponemos a comenzar a descubrir nuestra identidad como pueblo de Dios lo cual es un don y una tarea para todo cristiano. Es un don porque es Dios quien nos la ofrece. Descubrir nuestra verdadera identidad en Cristo es un viaje multifacético que implica comprender quién es Dios, sumergirse en su Palabra, participar en la oración, ser parte de una comunidad parroquial de fe, rechazar mentiras, abrazar nuestros dones únicos y vivir nuestra identidad de manera práctica. Es saborear la maravilla de ser amados, buscados, deseados por un Dios que no se ha encerrado en su cielo impenetrable, sino que se ha hecho carne y sangre, historia y días, para compartir nuestra humanidad.
Finalmente, nos motivamos a vivir como sembradores de esperanza. Esto implica ponernos en camino, descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior. Somos peregrinos porque hemos sido llamados, llamados a amar a Dios y a los demás. De este modo, nuestro caminar en la tierra no se convierte en un cansancio sin sentido ni en un vagar sin rumbo. Cada día, respondiendo a la llamada, damos pasos hacia un mundo nuevo, donde reine la paz, la justicia y el amor. Somos peregrinos de esperanza, avanzando hacia un futuro mejor y comprometidos en construirlo a lo largo del camino.
Que este Jubileo de la Esperanza nos impulse a mirar al hermano que tenemos al lado y salgamos a su encuentro; busquemos con nuestras acciones hacer vida el lema de este año: «CAMINEMOS JUNTOS COMO PUEBLO DE DIOS SEMBRANDO ESPERANZA».
Que Jesús el Buen Pastor, nos lleve por caminos de santidad y fraternidad.
Con mi bendición de Padre y Pastor.
+Mons. Marco Antonio Cortez Lara
Obispo de Tacna y Moquegua