CARTA CON MOTIVO DE LA CUARESMA 2021
Queridos hermanos y hermanas:
La cuaresma es el camino de conversión que nos lleva a la plenitud del misterio de Cristo que culmina con la celebración de la Semana Santa, conmemorando su Pasión Muerte y Resurrección. Así contemplamos, año tras año, cómo Dios ha dado cumplimiento a su promesa. San Juan nos dice “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga vida eterna porque no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo si no para que el mundo sea salvado por medio de Él” (Jn 3,16-17). Por lo tanto, la Cuaresma es para nosotros como “Un viaje de retorno a Dios”, como bien ha señalado el Papa Francisco. (Hom. Miércoles de Ceniza 2021).
El apóstol Juan da razón del porqué el Hijo de Dios se hizo Hombre cuando dice: “Ustedes saben que Jesucristo vino al mundo para quitar los pecados” (1Jn 3,15). Esta verdad es la que recorre el itinerario cuaresmal a lo largo de las cinco semanas. La lectura del profeta Joel del miércoles de ceniza, invitaba a volver a Dios de todo corazón, precisamente, porque es necesario contemplar con los ojos de la Fe, que Cristo cumplió a la perfección la voluntad del Padre, muriendo por nosotros nos ha liberado del pecado y de la muerte. El año cristiano es la memoria del misterio del amor de Dios consumado en plenitud en el acto salvífico de Jesucristo y la entrega amorosa de Dios se derrama en el tiempo cada vez que volvemos a Él. El amor de Cristo es un amor personalizado, tiene un destinatario concreto y la Cuaresma nos prepara para recibir los frutos de la Redención.
Una Cuaresma para vivir ahora
Queridos hermanos, la Cuaresma que hemos iniciado está enmarcada dentro de una emergencia sanitaria que condiciona la convivencia ordinaria. Con el fin de controlar el virus que se extiende vertiginosamente y que está costando millones de vidas humanas, nos encontramos inmersos en una situación de control sanitaria cerca ya de un año luchando contra la pandemia que nos ha traído tiempos muy difíciles y críticos; sabemos que de una crisis nunca se sale igual, se sale mejor o peor, pero nunca se sale igual. Deseamos, confiando en el poder de Jesús, Señor de la Historia, superar esta dolorosa situación.
La Iglesia, nuestra Madre, nos ha recordado reiteradamente que no perdamos la esperanza, porqué Dios siempre cumple sus promesas. Si las circunstancias actuales nos condicionan fuertemente; mayor debe ser nuestra confianza en el Padre que dándonos a su Hijo nos ha demostrado que no estamos solos ni arrojados a la suerte de un ciego destino. Por otra parte, y en medio de tantos problemas, esperamos que las vacunas nos den signos evidentes de que estamos haciendo frente a la pandemia y podamos recuperar la normalidad de la convivencia para el desarrollo y progreso del país.
En medio de esta tragedia que nos toca vivir, de tantas angustias y sufrimientos que experimentamos; que vemos crecer el número de hermanos contagiados y, por otra parte, la política sanitaria del país es deficiente; nuestra primera responsabilidad –dentro de lo humanamente posible- es evitar contagiarnos y contagiar a los demás. La pandemia ha impuesto un determinado comportamiento de prevención para no aumentar los contagios. Ante tanto dolor y sufrimiento, tantos hermanos fallecidos, y familias que lloran a sus seres queridos, pido al Señor de la misericordia que nos conceda la gracia de ver superada esta tragedia. Al mismo tiempo, en medio de tantos males se advierte hermosos testimonios de fraternidad y solidaridad. Muchos son los gestos y signos por parte de las personas e instituciones que nos alientan a no perder la esperanza. El papel del Buen Samaritano se percibe de manera discreta y no aparatosa.
En circunstancias tales, estamos llamados a vivir y a manifestar nuestra fe en todos los tiempos, en todos los momentos y en todas las circunstancias de la vida. Cristo el Señor resucitado es la centralidad de la historia, no es la pandemia, por eso estamos llamados hoy más que nunca a manifestar, dentro de las posibilidades actuales, la fe en Cristo el Señor.
Maestro ¿dónde vives?
Hablábamos que este tiempo de Cuaresma es para reconciliarnos y retornar a Dios, aun sintiéndonos afectados ante las dificultades que nos abruman. Por ende, se hace muy necesaria la purificación del corazón a la luz de su Palabra salvadora. Esta es la clave para que nosotros recuperemos la confianza en Dios y reconozcamos con humildad que la sociedad actual carece de sólidos fundamentos y de verdades trascendentales. La cuaresma como tiempo de conversión nos invita al reencuentro con los mejores sentimientos que el hombre puede guardar en su corazón; es decir, con el espíritu del niño pequeño que llevamos dentro y debemos despertarlo. El “niño” es la imagen de la criatura nueva, del hombre nuevo que se ha despojado de sus falsas seguridades y que ha preguntado al Señor, sin sentirse avergonzado: ¿Maestro dónde vives? Porque no lo sabe todo.
Es recrear la escena del encuentro de Juan y Andrés con el Maestro que se quedaron con Él. ha llegado el momento en que también nosotros, dejando lo que estorba, salgamos en busca de Jesús y le preguntemos: ¿Maestro dónde vives? y nos dirá: “Vengan y verán” (Jn. 1, 35 y ss). Ir hacia Él, estar con Él, dejar nuestra acostumbrada rutina, pensamientos negativos y prejuicios que nos hemos hecho de Dios, de la Iglesia; en una palabra, dejemos que nos sorprenda con la propuesta de una vida de apóstoles al servicio de su Evangelio.
Queridos hermanos, en esta cuaresma tengamos la audacia de reconocer que a nuestra existencia le falta Dios. Ante tanto dolor y penas por las muertes de familiares y amigos, acudamos a Él con la misma actitud de Pedro cuando le dijo: “¿Señor a donde vamos a ir, si tú tienes Palabras de Vida eterna? (Jn. 6,68). Cuánta insatisfacción y frustración está dejando la pandemia en los corazones. Una vez más le preguntamos: Maestro: ¿Dónde vives? Ven y veras. Este ven y verás es como si nos dijera: Yo vivo en ti, vivo por ti, vivo para ti, vivo para que tú vivas, para que tengas vida y la tengas en abundancia. El Señor nos dice: No tengas miedo por lo que acontece, no te turbes, ten fe, ten confianza, confía en mí. No hay lugar para la desconfianza, no tenemos motivos para dudar del Señor.
Un coro para cantar las maravillas de Dios.
Hace poco usaba una imagen que a mí me ayuda y gusta: la de un Coro Polifónico. Así el Director selecciona a las personas por el timbre de voz; se agrupa bajos, barítonos, de la misma manera tenores, sopranos, mezzosopranos y contra altos. Una vez que los ha clasificado por el tono de voz, el director de coro dirige la pieza musical y cada uno canta según el de timbre de voz. Se percibe una belleza armoniosa en esa conjunción de voces que, a pesar de ser distintas, se logra una perfecta sintonía.
Sirva el ejemplo, para señalar que podemos comparar a la Iglesia –nuestra Madre- como un innumerable Coro qué bajo la guía del Espíritu Santo, hace posible que todos los cristianos trabajemos según los carismas y dones recibidos y bajo la batuta de tan divino Maestro, cantemos un himno de alabanza todos unidos y permitiendo que nos guie el Paráclito. Esto sólo es posible cuando sabemos respetar los talentos de los demás y no envidiamos al hermano por no poseer, por ejemplo, la voz de bajo o de tenor. El símil vendría a ser una sombra del ejemplo paulino de los distintos miembros del Cuerpo de Cristo, siendo éste su Cabeza.
La Iglesia necesita “cantores” comprometidos, que guiados por el Espíritu de la Verdad glorifiquen con sus vidas y obras a Dios. Así podrán contribuir a que muchos hermanos y hermanas ofrezcan sus particulares talentos al servicio de la Misión. Lo que debemos evitar es negarnos a “cantar” con los demás, estar como “mudos”, optar por una postura cómoda, pero a la hora de criticar si “cantamos” pero desentonamos. El Señor en esta cuaresma nos pide que ejercitemos la práctica de la oración del ayuno y de la caridad; esa es la partitura para todos, ahora bien, cada uno hágalo según su estado de vida. Todos estamos llamados a ser hombres y mujeres de fe con voz orante Lo mismo dígase de la limosna y del ayuno, cada uno hágalo según su específica llamada que ha recibido.
Debemos ayunar también contra nuestro egoísmo queriendo tener a raya nuestras pasiones que se desbordan: el orgullo, la soberbia, el egoísmo, la falta de fraternidad, la falta de solidaridad, no nos vamos a contentar con hacer un ayuno y abstinencia de alimentos por hacerlo, porque muchos ayunan para tener un cuerpo atlético, esbelto, y hacen tremendas privaciones, pero no lo hacen por Dios, ni por los demás; al contrario, si nosotros ayunamos de manjares, hagámoslo para que no le falte esto en la mesa de los más pobres, de los más necesitados. Sólo así, a través del trípode evangélico: oración, ayuno y abstinencia, alineados en estos tres grupos, estaremos viviendo una cuaresma con un significado profundo.
¡Cuídate!
Hoy en día esta palabra se ha convertido en la más usada en nuestras conversaciones. Sea por una cosa o por otra acabamos diciendo: “Cuídate”, “No te expongas” y así por el estilo; al término de una conversación y como si fuera un “santo y seña”: “Cuídate por favor”. Quisiera servirme de este proceder que ha surgido a causa de la pandemia para darle otra entonación y añadir otro significado al mensaje que damos con esta palabra.
El Señor Jesús en sus muchos diálogos que tenía con la gente usaba términos que expresaban advertencias, tales como: “No teman rebañito mío…”, “Cuídense de la levadura de los fariseos”, “No teman, yo estoy con ustedes” y así por el estilo. El Señor tuvo a bien advertirnos de ese cuidado que debemos tener, pero en orden a no perder lo fundamental de la vida.
Con el Papa Francisco hemos aprendido a decir: “No se dejen robar la esperanza”, “No se dejen robar la ilusión de vivir”, “No se dejen robar la ilusión de ser apóstoles”, “No se dejen robar la alegría” y muchas más indicaciones que nos invitan a cuidarnos; pero a cuidarnos de qué.
Además del mensaje y consejo que transmitimos con esa palabra para que la gente no se contagie, creo yo que podemos transmitir otros consejos que como creyentes nos viene bien, y serían cómo: Oye tú discípulo apóstol cuídate de que en este tiempo no se te enfríe el amor a Dios y a los hermanos.
Cuídate de justificarte con engaños sutiles de que no puedes practicar tu fe, que no tienes tiempo, que no se dan las condiciones.
Cuídate de caer en la ceguera y sordera espiritual para pensar que cada quién –en estos tiempos- se las arregla como puede, eso sería una actitud muy egoísta de nuestra parte.
Cuídate de que no se endurezca tu corazón y no pensemos en los demás, en los tuyos, en los de tu casa.
Podría seguir desgranando más advertencias, pero dejo que cada uno pueda examinar su conciencia y advertir que esta Pandemia nos puede engañar sutilmente.
Queridos hermanos: sin lugar a duda esta cuaresma es muy singular, por ello recomiendo que la vivamos participando de las celebraciones litúrgicas que cada Parroquia transmite para sus fieles. Un primer gesto de interés es enterarnos de la programación, los horarios, etc. Con alegría, con ilusión, esforcémonos por vivir la Fe que nos debe sostener en tiempos tan difíciles como éste. Aprovechen este tiempo de confinamiento y de toque de queda para fortalecer los vínculos familiares, para “conocernos” a la luz del amor de Cristo, para fortalecer esa Iglesia doméstica que es tu hogar. No dejen de practicar la oración personal y la oración comunitaria, participando todos de la transmisión de la Eucaristía dominical.
Deseo de corazón que el Señor nos regale a todos los frutos de una auténtica conversión, la conversión del corazón para decirle con confianza: “Señor a quién iremos, tú tienes Palabras de vida eterna” (Jn. 6,68).
Con mi bendición del Padre y Pastor.
+Mons. Marco Antonio Cortez Lara
Obispo de la Diócesis de Tacna y Moquegua