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Homilía del Obispo en la Misa Crismal

HOMILÍA MISA CRISMAL 2019

Queridos hijos sacerdotes, queridos hermanos todos:

El Jueves Santo nos conduce al día en que Jesús, el Señor, encomendó la misión sacerdotal a sus discípulos de celebrar, con el pan y el vino, el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, es decir, el don de sí mismo, y de esa manera los configuró consigo mismo concediéndoles la potestad de actuar y de representarlo como único y Eterno sacerdote de la Eterna Alianza. Cada misa Crismal, ya sea celebrada el mismo día de iniciar el Santo Triduo Pascual, ya sea que por motivos pastorales y de tiempo se celebre antes como es nuestro caso; evoca fuertemente la institución del sacerdocio y la institución de la Eucaristía como una manifestación del Amor misericordioso de Dios, un amor que salva y que redime a toda la humanidad.

Es por ello, que la familia de Dios guiada por el Espíritu Santo debe acoger el don sacramental del Cuerpo y de la Sangre de su Señor como la novedad de la Alianza instaurada por Cristo que entregando su vida por la Salvación de los hombres hace nueva todas las cosas, renueva el mundo, recrea la humanidad en el misterio central de nuestra fe: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven Señor Jesús! Siempre es y será Él quien nos restituya la dignidad perdida y nos recupere la condición de hijos de Dios. Y para que esto sea posible y se perpetúe en el tiempo ha querido el Señor ejercer su sacerdocio a través de sus ministros que él llama para sí, esa es la razón de ser de nosotros los sacerdotes. Uno no existe sin el “Yo” de Cristo. Este misterio conmovedor lo recordamos de manera particular cada vez que celebramos la Eucaristía en la consagración del Santo Crisma y en la bendición de los Santos Óleos, más aún se torna expresión de su Presencia viva cuando al término de la homilía, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales delante del Obispo y en presencia del Pueblo de Dios que se convierte en testigo de la intención de cada ministro de querer existir con el “Yo” de Jesucristo, es por ello que renueva los compromisos que asumió cuando fue ordenado sacerdote.

Por ende, para que el ajetreo diario y las actividades pastorales no marchiten ni desgasten el “Si” que dimos, necesitamos volver al Cenáculo, necesitamos volver a aquella hora en la que el Maestro puso sus manos sobre nosotros y nos hizo partícipes de su misterio, al ungir nuestras manos con el santo Crisma, fue ungido –consagrado- todo nuestro ser, toda nuestra vida, nuestra existencia al servicio de la acción salvífica de Jesucristo, somos para Él y estamos a su servicio; un sacerdote sólo se entiende dentro de esta intencionalidad sobrenatural: Cristo nos ha llamado para ministros suyos de su obra de salvación en el mundo. El Señor nos ha llamado para ser mediadores, para actuar en su nombre y, yo me atrevería a decir, contra viento y marea, a pesar de los pesares, no obstante que somos conscientes que vivimos en un mundo que rechaza a Dios y las verdades que son esenciales para vivir como hijos e hijas de Dios.

Hoy, el mundo contemporáneo, nos quiere ofrecer una existencia llamada a la “carta”, donde se ofrece de todo sin medidas ni restricciones, sólo algo no ofrece y ese algo es alguien, es Dios, que los intereses del relativismo moral intentan encerrarlo en una creencia intimista, subjetiva. El permisivismo de este mundo alardea de ser muy moderno; dice: abajo con propuestas religiosas ancestrales y anacrónicas, no más religión que nos imponga cómo vivir, nosotros creamos las leyes y somos sus legisladores, nosotros decidimos qué es bueno y qué es malo, nosotros decidimos quién debe vivir y hasta cuando, nosotros decidimos quién ser y como ser: hoy mujer, mañana hombre, pasado neutro, al otro día casarme, al día siguiente divorciarme; y así hasta negar rotundamente la necesidad de creer en un Dios que nos redime y que nos salva.

Queridos hermanos sacerdotes y laicos: vivimos tiempos muy difíciles y complicados, de mucha confusión hasta dentro de la Iglesia y en los mismos pastores –obispos-que hemos sido elegido para ser ministros de la Reconciliación y ¿qué es lo que vemos? Cristianos temerosos que tienen miedo a que los critiquen a causa de su fe, le tenemos miedo a la prensa mediática, a los medios de comunicación que en un instante nos levantan como también nos hunden, tenemos miedo de hablar de Cristo, de representarlo, de que nos vean hasta por el distintivo sacerdotal de que somos sacerdotes y nos camuflamos camaleónicamente para no incomodar a los actuales anticlericales del momento. Pero ¿quién nos ha elegido?, quién nos ha constituido en ministros de la Redención; ¿han sido las redes sociales, han sido los sondeos de prensa, han sido las radios o la TV, como para temer y ser cautos en nuestro obrar? Preguntémonos ¿a quién servimos?, ¿de quién somos?, ¿de qué coherencia estamos hablando?, ¿queremos contentar al mundo o queremos servir a Dios?, ¿a quién le tenemos miedo?, ¿al señor del mundo?; pero este supuesto señor pasará con todas sus propuestas indecentes, porque es indecente dejar a Dios para servir a un ídolo, eso es blasfemo e induce a la idolatría.

Queridos hijos sacerdotes y hermanos todos: se acuerdan lo que está escrito en la cúpula de del Santuario de Locumba: “Los tiempos pasan y las generaciones mueren, sólo Dios permanece”. En nuestro tiempo, en que parece que a Dios lo hemos sacado de la sociedad, a fuerza de cacarear la libertad omnipotente del hombre para que haga lo que le viene en gana, tiene que permanecer un “resto”, una “pequeñez” de cristianos que nos mantenemos fieles a un Dios que perdona y que salva, que nos ama a pesar de lo mal que nos portamos. Queridos hijos sacerdotes, hoy más que nunca nuestros hermanos laicos esperan de nosotros un testimonio claro y rotundo de quiénes somos y, ¿porque no decirlo? Hasta dar nuestra vida por Cristo, si nos tienen que matar que lo hagan por la sola razón de ser fieles a nuestro sacerdocio ministerial y profético.

Denunciemos las lacras de la sociedad, hablemos claro: digamos NO a la unión de personas del mismo sexo, digamos NO a la ideología de género que es una mentira burda y cruel, que no libera a la mujer ni se interesa por ella, basta ya de mentiras! Digamos NO al aborto, digamos No al abuso de menores, digamos No a la pedofilia, venga de donde venga, digamos No a las propuestas del ministerio de educación de enseñar instrucción sexual como si fuéramos reses para el matadero. No se puede seguir tolerando en nombre de la “cultura posmoderna” tantas propuestas viejas e irracionales. ¡Sí! El pecado es anacrónico e irracional y de él no puede desprenderse algo favorable para la sociedad.

Tal vez más de uno se sorprenda de mis palabras… tal vez otros digan: ¡ya era hora! Sí pues ya es hora de levantar la voz y de decir que lo que se propone ahora, ya se propuso antes y no funcionó. La Iglesia que es Madre y Maestra y que reconoce el pecado de sus hijos los invita a una auténtica renovación del corazón: “Hoy es el tiempo de la misericordia de Dios” Actuemos en consecuencia. Nosotros los sacerdotes, escuchando al profeta Isaías que nos dice: “El Señor me ha enviado para dar la Buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor”; ¿nos vamos a quedar mudos sin desenmascarar la falacia de este mundo? Somos profetas y no podemos callar, a pesar de que nos consideren retrogradas y desfasados. Pido para mis sacerdotes el carisma de la entrega incondicional y martirial.

Termino con la reflexión que hacía al inicio: El Señor nos ha regalado su “Yo” redentor y se juega el futuro de la humanidad, seamos conscientes de nuestro ministerio y asumamos nuestra responsabilidad cueste a quien le cueste.

Que María, Madre de los sacerdotes nos guie en nuestro diario servicio al pueblo de Dios. Así sea.

+Mons. Marco Antonio Cortez Lara

Obispo de Tacna y Moquegua

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